22/9/12

Octopus

Finalmente se durmió. Lo último en lo que había pensado antes de que sus párpados se dieran por vencidos, era en la ironía de que las cosas más grandes cupieran en palabras tan cortitas. Y se ve que las horas pasan a pesar de la indiferencia con que las dejamos ir mientras dormimos, porque casi de un momento a otro fue de día y los colectivos ya habían empezado a hacerse sentir vibrando en las paredes y el parquet. 
   Despertó, y frente a la sorpresa no pudo hacer otra cosa más que reírse de sí misma: otra vez, por una milésima de segundo, sus ojos no reconocieron el lugar. Como si su propio cuerpo se negara a creer (no por falta de fe, era más bien falta de costumbre)...aunque bastó una segunda breve recorrida con la vista para sentir nuevamente la comodidad de lo conocido. 
   Debían ser las nueve, por ahí un poco más. Unas delgadas líneas de luz que se filtraban por la persiana y se estrellaban contra la pared dividían el cuarto en partes desiguales, azarosas, aunque no hubieran podido quedar mejor distribuídas de otra forma...
   Todo parecía haber sido previamente calculado: las horas despierta, las de sueño, el sueño que tuvo y la sensación con la que amaneció, que era extraña y suave...suave, pero extraña. Y mientras pensaba vagamente en eso y en otras tantas cosas que tampoco terminaba de desarrollar en su mente, miraba fijo el amarillo que le traía imágenes de alguna casa en la que había estado cuando era chica, aunque no podía recordar dónde quedaba ni de quién era.
   No hacía frio, pero las sábanas no querían dejarla ir. Fue espontánea su reacción de volver a esconderse debajo de ellas. Hundió la cara en la almohada, que tenía el olor al mestizaje de los perfumes cuando se mezclan. Trató de imaginar algo mejor...y no se le ocurrió nada.